El extraño caso de la Mujer Maniquí
Ha sido desde siempre que en toda
cultura y sociedad existen las llamadas “leyendas urbanas”, estas son llamadas así
debido a que se basan en historias, que supuestamente habrían ocurrido y las
cuales muchas veces, por el narrador, son dadas como verdaderas y ocurren en
una ciudad real, lo cual permite darte la sensación de que esta alguna vez ocurrió,
sin embargo uno nunca puede descartar que dicho relato sea ficción o realidad,
y tal es el caso que veremos a continuación, el cual ocurrió en junio de 1972, en
el cual, repentinamente una mujer apareció en el hospital Cedro Senai en nada
más que un vestido blanco cubierto de sangre y no es que esto fuera algo de
otro mundo en un hospital, puesto que el equipo médico de cualquier hospital
siempre está preparado para recibir cualquier tipo de accidente, tragedia o
enfermedad y mas por la gente que a menudo tiene accidentes cerca y viene al
hospital más cercano para la asistencia médica, sin embargo había una cosa
diferente en dicha mujer, y es que, al imaginarnos lo crudo y fuerte de las
sensaciones que causo aquella mujer, nos daríamos cuenta a simple vista que
aquello que apareció en un vestido blanco era algo que no se había visto hasta
ese día. La escena fue la siguiente, imagínate a una mujer de blanco, llena de
sangre, que causó a la gente el deseo de vomitar y escapar inmediatamente de
aquella institución con una sensación de terror. Ella no era exactamente un
humano. Era algo parecido a un maniquí, pero tenía la destreza y la fluidez de
un ser humano normal. Su cara, era tan impecable como los maniquíes, sin cejas
ni maquillaje. Al igual que su impoluto rostro, ¿raro verdad?.
A partir de este momento ella fue
tomada a un espacio de hospital y limpiada antes de ser preparada para la
sedación como se tenía acostumbrado. Se mostraba completamente tranquila,
inexpresiva e inmóvil. Los doctores habían pensado que mejor mantenerla en el
hospital hasta que las autoridades
pudieran llegar, para poder averiguar quién era, y ella no protestó. Durante
ese tiempo, los doctores y enfermeros fueron incapaces de conseguir cualquier
clase de respuesta de ella y la mayor parte de empleados se sintieron demasiado
incómodos para mirar directamente ella por más que unos segundos, y es que ella
provocaba una sensación de petrificación, tanto que podías sentir hasta el frio
de la habitación. Todo hasta el momento se encontraba en perfecto orden, pero
al pasar del tiempo, cuando el personal
intentó darle el calmante, ella se defendió con una fuerza extrema descomunal. Su
fuerza era impresionante, tanto así que dos miembros de personal tuvieron que dominarla con su cuerpo, y prácticamente
se echaron encima de la cama para sostenerla, y la expresión de aquella mujer estaba
en blanco. Ella giró sus ojos impasibles hacia el doctor e hizo algo insólito.
Ella simplemente rió. En cuanto lo hizo la enfermera gritaba y quedando en
shock se desmayo, ya que en la boca de la mujer, había algo impresionante, no
eran dientes humanos, solo unos puntos largos y agudos. Uno podía pensar que era
demasiado el tiempo que la mujer tenía los dientes así que al incrustárselos en
sus labios no sentía ningún dolor, el doctor la miró fijamente durante un
momento antes de soltar sus últimas palabras “¿Qué diablos es usted? ” Ella se libero de
los doctores que aun la sostenían espantados, todavía sonriendo. Había una
pausa larga, los de seguridad habían sido alertados y fueron allí. Como ella
los oyó, se lanzó adelante, hundiendo sus dientes en el cuello del Doctor,
arrancando su yugular y dejándole caerse al piso, muriéndose… sobre el piso, él
se ahogó sobre su propia sangre. Ella se levantó, su mirada era peligrosa como
la vida descolorida de sus ojos. Ella se inclinó más cerca y susurró en el oído
del Doctor muerto: “Yo…Soy. Dios.” Los ojos de los demás doctores llenos de
miedo la miraron… ella muy calmada comenzó a alejarse del lugar pasando y
saludando a los agentes de la seguridad que se encontraban inmóviles. Esto nos
hace pensar que cada vez que alguien mira sus dientes, se convierte en su
bocadillo. La enfermera que sobrevivió el incidente aquel día la llamó “el
Inexpresivo o la inexpresiva” y desde ese día nunca más se supo de ella.
Fuentes:
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